Una invitación serena y otoñal es lo que nos propone con su Presente
continuo el poeta y crítico literario J.L. García Martín. Nos llama a
resucitar sus mismas palabras. Nos invita, en un alarde de generosidad, a
apropiarnos de sus poemas con entera libertad, cortando o retocando si fuese
necesario. No puede hacer otra cosa el buen lector con cualquier poema porque
leyendo versos ajenos actualiza, asume y amplifica una experiencia; los versos
son "un traje vacío hasta que el
lector lo hace suyo", insiste su autor con desapego. Quizás por esta razón comienza J.L.
García Martín su libro (no puede ser de otra manera) con Lucidez, un poema de iluminación (casi un soneto en verso blanco)
de calma y renuncia, y termina significativamente con un Cerrar los ojos, un poema donde la
postrera sombra no es desafiada, sino asumida con ánimo sosegado, constatación
de la volatilidad de lo vivido, porque posesiones, amor, amistad y
conocimientos, al fin, son sólo humo.
En este ámbito trascendente y conociendo al autor, las referencias
clásicas y la imaginería mística no pueden dejar de ser abundantes y características.
Un solo ejemplo nos vale: La calma que sucede a la catarsis en Dentro de mí (p.50):
…
Recorro la ciudad conmigo al lado
En busca del veneno que me sana
Y hay una voz que llama, tan
temprana,
Dentro y no fuera, libre en su cercado.
Dentro de mí un día me he perdido
Y me he encontrado en el silencio eterno
Que fresco mana en fontana pura
Todo es presente ya, todo es olvido,…
En Otro soneto de los opuestos
(p. 37) ya encontramos esa misma tensión con una acumulación de paradojas
semejante y sonoridad clásica:
"Sólo he vivido lo que no he vivido
y amado a quien no amé de ningún modo.
En mis manos vacías tuve todo
y solo tengo aquello que he perdido"
Este juego de contrastes y antítesis
redundan en el intento de comunicar una experiencia inexpresable ("veneno que me sana", libre en su cercado", "es
presente... es olvido"...) y
sin embargo común a todos los mortales, esto es, la consciencia del presente que vivimos y que da nombre al libro. El siguiente soneto,
"Odio y amo", retoma la
imagen del paradójico veneno para plantear una enigmática adivinanza huérfana
de razones. El dolor de la pérdida se
compensa por la constatación de saberse vivo ("Sólo se tiene lo que se ha
perdido"): Se concluye que "solo
existe el presente" (p78), saberse, sentirse y reconocerse contradictoria
y fugazmente vivo.
Aunque el autor afirma que los poemas agrupados en el presente volumen tienen
como único hilo conductor el haber sido publicados por separado en un diario
generalista, encontramos un factor común:
ilustran un proceso de despojamiento, casi una ascesis, ya anunciada en la introducción,
"Al servicio de quien me
quiera".
De la misma manera que en su fondo, como ya se ha reseñado anteriormente,
podemos percibir en este libro cierta "ateológica" (sic. p.8) ascesis,
en lo formal también encontramos un ejercicio severo, la voluntad de ajustarse
a una métrica esencial. Sonetos y más específicamente, paremias, aforismos,
greguerías y haikus, algunos como auténticas fotografías o instantáneas, exigen
también una disciplina "despojadora". Algunos ejemplos de estos
poemas más esenciales y breves:
Juegan al ajedrez, el blanco con las negras,
el negro con las blancas, en un rincón del parque. (New York, New York, Ajedrez, p. 21)
Solos, muy solos beben en la noche
Sombrero y gabardina bajo el neón de Hooper. (New York, New York, Retraso, p.
23)
Cómo te admiro, joven solitario,
que sueñas aún con ser César o nada. (París
de dos en dos, Café La Rotonde, p. 41)
Entre el fango que arrastran turbias aguas
el cadáver del día y un paraguas (París
de dos en dos, Tormenta, p. 44)
Mi vida es esto.
Un puñado de arena.
Y sopla el tiempo. (Haikus
de Aldeanueva, Arena, p. 82)
Ahí está siempre,
donde juegan los niños,
el paraíso (Haikus
de Aldeanueva, Juego, p. 85)
Da vueltas y más vueltas en el aire,
arrugado papel que se cree arcángel. (En
breve, Arcángel, p. 97)
El poema breve (y más, con vocación fotográfica), ya sea haiku, aforismo,
greguería sorprendente, frase lapidaria, sentencia, aparecen en todo el libro
y, a menudo, reflexionan sobre el tiempo:
Inscripciones (p.26), Campoamor
relee a Machado (p27), Paseos por
Roma, en tercetos blancos, (p. 53 y ss.), En el silencio de la biblioteca (p. 64), A Venezia, en cuartetos blancos, (p. 70). La brevedad de estos
poemas, auténticas fotos poéticas, atrapa los instantes que llamamos presente.
Los ejes geográficos entre los que se mueve el poemario, (Avilés p. 80;
Aldeanueva p. 82: New York, p. 17; "París de dos en dos" p. 38;
Paseos por Roma, p. 53; Lisboa, Miradouro de Sta. Luzia, p. 68; Café "A Brasileira", p. 68; A Venecia,
p. 70) entre el decadentismo y lo cosmopolita, el diario y el aforismo o la
greguería, trazan una evocadora guía intelectual y sentimental en su búsqueda
del detalle esencial, del sentido auténtico de todo aquello que normalmente
pasa inadvertido al turista o al visitante ocasional.
Encuentro, sin embargo, un reparo en el apéndice final: Aunque
sorprendente y novelesca en sus circunstancias,
las versiones de los poemas de Norma Jeane Mortenson
parecen una adenda excesivamente
artificiosa y ajena a la virtud y a la línea del libro. Quizás hubiese deseado,
tras la interesante introducción, que todo el apéndice fuese una ficción
poética, una excusa (al estilo de Pessoa) para introducir una heteronimia más...,
aunque aún ahora me planteo si será todo una traducción o una pura invención de
J. L. García Martín.
En fin, más que un otoñal lamento por los días vividos, encontramos en
estos versos la serena constatación de la profunda transcendencia del presente.