martes, 22 de diciembre de 2015

JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN, Presente continuo (2011-2015), Ed. Impronta, 2015.




Una invitación serena y otoñal es lo que nos propone con su Presente continuo el poeta y crítico literario J.L. García Martín. Nos llama a resucitar sus mismas palabras. Nos invita, en un alarde de generosidad, a apropiarnos de sus poemas con entera libertad, cortando o retocando si fuese necesario. No puede hacer otra cosa el buen lector con cualquier poema porque leyendo versos ajenos actualiza, asume y amplifica una experiencia; los versos son "un traje vacío hasta que el lector lo hace suyo", insiste su autor con desapego. Quizás por esta razón comienza J.L. García Martín su libro (no puede ser de otra manera) con Lucidez, un poema de iluminación (casi un soneto en verso blanco) de calma y renuncia, y termina significativamente con un Cerrar los ojos, un poema donde la postrera sombra no es desafiada, sino asumida con ánimo sosegado, constatación de la volatilidad de lo vivido, porque posesiones, amor, amistad y conocimientos, al fin, son sólo humo.

En este ámbito trascendente y conociendo al autor, las referencias clásicas y la imaginería mística no pueden dejar de ser abundantes y características. Un solo ejemplo nos vale: La calma que sucede a la catarsis en Dentro de mí (p.50):


Recorro la ciudad conmigo al lado

En busca del veneno que me sana

Y hay una voz  que llama, tan temprana,

Dentro y no fuera, libre en su cercado.



Dentro de mí un día me he perdido

Y me he encontrado en el silencio eterno

Que fresco mana en fontana pura



Todo es presente ya, todo es olvido,…



En Otro soneto de los opuestos (p. 37) ya encontramos esa misma tensión con una acumulación de paradojas semejante y sonoridad clásica: 

"Sólo he vivido lo que no he vivido

y amado a quien no amé de ningún modo.

En mis manos vacías tuve todo

y solo tengo aquello que he perdido"



 Este juego de contrastes y antítesis redundan en el intento de comunicar una experiencia inexpresable ("veneno que me sana",  libre en su cercado", "es presente... es olvido"...)  y sin embargo común a todos los mortales, esto es,  la consciencia del presente que vivimos y que da nombre al libro. El siguiente soneto, "Odio y amo", retoma la imagen del paradójico veneno para plantear una enigmática adivinanza huérfana de razones.  El dolor de la pérdida se compensa por la constatación de saberse vivo ("Sólo se tiene lo que se ha perdido"):  Se concluye que "solo existe el presente" (p78), saberse, sentirse y reconocerse contradictoria y fugazmente vivo.

Aunque el autor afirma que los poemas agrupados en el presente volumen tienen como único hilo conductor el haber sido publicados por separado en un diario generalista,  encontramos un factor común: ilustran un proceso de despojamiento, casi una ascesis, ya anunciada en la introducción, "Al servicio de quien me quiera".

De la misma manera que en su fondo, como ya se ha reseñado anteriormente, podemos percibir en este libro cierta "ateológica" (sic. p.8) ascesis, en lo formal también encontramos un ejercicio severo, la voluntad de ajustarse a una métrica esencial. Sonetos y más específicamente, paremias, aforismos, greguerías y haikus, algunos como auténticas fotografías o instantáneas, exigen también una disciplina "despojadora". Algunos ejemplos de estos poemas más esenciales y breves:

Juegan al ajedrez, el blanco con las negras,

el negro con las blancas, en un rincón del parque.          (New York, New York, Ajedrez,  p. 21)



Solos, muy solos beben en la noche

Sombrero y gabardina bajo el neón de Hooper.                                  (New York, New York, Retraso, p. 23)



Cómo te admiro, joven solitario,

que sueñas aún con ser César o nada.                                       (París de dos en dos, Café La Rotonde, p. 41)



Entre el fango que arrastran turbias aguas

el cadáver del día y un paraguas                                                 (París de dos en dos, Tormenta, p. 44)



Mi vida es esto.

Un puñado de arena.

Y sopla el tiempo.                                                                                   (Haikus de Aldeanueva,  Arena, p. 82)



Ahí está siempre,

donde juegan los niños,

el paraíso                                                                                                    (Haikus de Aldeanueva,  Juego, p. 85)



Da vueltas y más vueltas en el aire,

arrugado papel que se cree arcángel.                                      (En breve, Arcángel, p. 97)



El poema breve (y más, con vocación fotográfica), ya sea haiku, aforismo, greguería sorprendente, frase lapidaria, sentencia, aparecen en todo el libro y, a menudo, reflexionan sobre el tiempo:  Inscripciones  (p.26), Campoamor relee a Machado (p27), Paseos por Roma, en tercetos blancos, (p. 53 y ss.), En el silencio de la biblioteca (p. 64), A Venezia, en cuartetos blancos, (p. 70). La brevedad de estos poemas, auténticas fotos poéticas, atrapa los instantes que llamamos presente.

Los ejes geográficos entre los que se mueve el poemario, (Avilés p. 80; Aldeanueva p. 82: New York, p. 17; "París de dos en dos" p. 38; Paseos por Roma, p. 53;  Lisboa,  Miradouro de Sta. Luzia, p. 68;  Café "A Brasileira", p. 68; A Venecia, p. 70) entre el decadentismo y lo cosmopolita, el diario y el aforismo o la greguería, trazan una evocadora guía intelectual y sentimental en su búsqueda del detalle esencial, del sentido auténtico de todo aquello que normalmente pasa inadvertido al turista o al visitante ocasional.

Encuentro, sin embargo, un reparo en el apéndice final: Aunque sorprendente y novelesca en sus circunstancias,  las versiones de los poemas de Norma Jeane Mortenson parecen una adenda  excesivamente artificiosa y ajena a la virtud y a la línea del libro. Quizás hubiese deseado, tras la interesante introducción, que todo el apéndice fuese una ficción poética, una excusa (al estilo de Pessoa) para introducir una heteronimia más..., aunque aún ahora me planteo si será todo una traducción o una pura invención de J. L. García Martín.

En fin, más que un otoñal lamento por los días vividos, encontramos en estos versos la serena constatación de la profunda transcendencia del presente.